31 de octubre de 2015

Este es el grupo que busca...

Salmo 23

Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.


El salmo de hoy nos habla de la gente buscadora de Dios. En el mundo son muchas las personas que abrigan el deseo de encontrarlo y de ver su rostro. Los mueve el hambre de eternidad que está inscrito en su interior.

¿Cómo descubrimos a Dios? Para muchos, la contemplación de la naturaleza y su hermosura ya es una evidencia de Dios. Alguien ha tenido que crear este universo, los mares, los montes. Más aún: Alguien ha tenido que crear a los seres vivos, y al mismo ser humano.

Sin embargo, también son muchas las personas que no ven en la realidad un signo de la presencia de Dios. Las filosofías ateas o materialistas son poderosas y quisieran borrar todo rastro de divinidad en el mundo.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede contemplarlo y estar ante Él? El salmista responde: «el hombre de manos inocentes y puro de corazón». Jesús dirá, en el sermón de la montaña: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

¿Quiénes son los limpios de corazón? Aquellos que están libres de prejuicios y, como los niños, son capaces de creer y admirarse. Los que tienen la mente y el alma abiertas, listas para aprender, despiertas para percibir los signos. 

Esta es la pureza que nos permite descubrir a Dios, no sólo en las maravillas de la naturaleza, sino en Cristo, en la Iglesia y en los demás.

San Juan en su evangelio dice que a Dios jamás nadie le vio, pero que Jesús, su Hijo, lo manifiesta y que, quien le ve a él, ve a Dios. Muchas personas son reticentes y el Cristianismo ha sufrido y sufre rechazo justamente por esto. ¿Cómo es posible ver a Dios en una figura humana, por excelente que ésta sea? Por esto lo rechazaron los judíos y por esto mucha gente, hoy, se aleja de la Iglesia. Creen en Dios, pero no en su Hijo, hecho hombre. Creen en cierta idea de la divinidad, pero no en un Dios personal, cercano, dialogante y amante.

Los antiguos hebreos ya creían en el Dios personal. Por eso se dirigen a Él y le hablan: «Venimos a tu presencia», porque saben que escucha y les dará una respuesta. Nuestra religión es la fe del ser humano que se comunica con Dios. Y el Dios que se comunica responde: da su bendición y hace justicia. ¿Cómo entender la justicia de Dios? No se asemeja a la humana. La justicia de Dios no es un premio sino un regalo inmenso: su propio amor. Y aún más, él mismo.

Quien a Dios tiene… nada le falta. ¡Feliz él! En esto se fundamenta la santidad. 

14 de octubre de 2015

Que tu misericordia venga, Señor

Salmo 32

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.


Este domingo nos encontramos con otro salmo de súplica esperanzada. Al tiempo que rogamos a Dios que tenga misericordia, cantamos las bondades que disfrutan aquellos que confían en el Señor: sus vidas serán libradas de la muerte, serán reanimados en tiempos de hambre; Dios será su auxilio y su escudo.

Podemos leer literalmente el salmo y reconocer que, realmente, Dios cuida de nosotros, nos protege y no deja que nunca nos falte lo más necesario. Pero además de defendernos de todo mal, como rezamos en el Padrenuestro, Dios nos da algo más.

Nos da la vida, y no una vida cualquiera, sino una vida eterna, que ya en la tierra comienza a ser plena e intensa, llena de sentido.

Sacia nuestra hambre, no de comida, sino de infinito, de amor sin límites, de aquello que nada humano puede satisfacer. Dios es el único que puede cubrir ese abismo sediento que es nuestra alma.
Cuando flaqueamos, abrumados por dificultades materiales o por problemas que afectan nuestro estado anímico, él también nos reconforta. No hay mejor psiquiatra que Dios, que nos cura con su amor y nos da la paz de su regazo.

Y con esta imagen el salmista concluye: Dios es nuestro auxilio y nuestro escudo. Agarrándonos a él, no nos hundiremos, y nadie podrá hacernos daño. Al menos, no podrá matar lo más valioso que tenemos: nuestro espíritu y nuestra libertad, confiadas en Sus manos.

Esta frase tan recurrente en los salmos también deberíamos meditarla: «la misericordia del Señor llena toda la tierra». Esto quiere decir que nunca confiaremos lo bastante en Él: siempre nos da más. Su amor es inagotable, no se acaba, no se cansa, no se restringe. Jamás nos faltará, si se lo pedimos. Misericordia es una palabra latina que traduce una expresión hebrea muy tierna: se refiere al amor entrañable que siente una madre contemplando a sus retoños. Significa que el corazón de Dios se conmueve: nada de lo que nos sucede le es indiferente. ¡Hablémosle con sinceridad!

2 de octubre de 2015

La bendición del que teme al Señor

Salmo 127

Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Que veas a los hijos de tus hijos. ¡Paz a Israel!


Este es un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros «todos los días de nuestra vida», y al justo que sigue los caminos del Señor. Con imágenes expresivas el salmista nos muestra qué dones recibe el que «teme al Señor»: son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, este sigue siendo el sueño de muchísimas personas: formar una familia, gozar de bienestar económico y vivir una vida larga y pacífica junto a los seres queridos.

Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy no podemos comprender que haya que tener miedo de un Dios que es amor. Dice santa Teresa que no hay motivo alguno para tener miedo de Dios, pues su amor es tanto que antes nos cansaremos nosotros de pedirle que él de dar. En todo caso, ¡hay que tener miedo a perderlo! El miedo no es a él, sino a su ausencia.

¡Ay de nosotros si apartamos a Dios de nuestra vida! Quien borra al Creador de su horizonte inevitablemente coloca a otro ídolo en su lugar: casi siempre es uno mismo. Y ese diosecito tirano nos hace perder el norte. Caemos en el vaivén de nuestros deseos y emociones sin límites para irnos hundiendo poco a poco en la oscuridad y el desconcierto. Sin Dios como norte navegamos a la deriva. Perdemos la paz, la armonía familiar y hasta podemos llegar a perder los bienes materiales necesarios para vivir.

Los antiguos indagaron sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que se podía alcanzar mediante la honradez, una vida sobria y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y virtuosas, podrían alcanzarla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender doctrinas o de leer muchos libros, ni siquiera de cumplir un montón de normas… Se trata de seguir e imitar al que se entregó generosamente, hasta la muerte, y aprender a amar como él lo hizo. Ser amigos y discípulos de Jesús: ese es el camino que lleva a la bendición, a la «vida buena», la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro ser. Es un camino que pasa por dejar de ser el centro de nosotros mismos y entregarnos a los demás.

Piedad, oh Dios, hemos pecado