26 de abril de 2024

El Señor es mi alabanza en la asamblea


Salmo 21


El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer, todo lo que hizo el Señor.


Este salmo sorprende por el giro que da, desde su inicio hasta su final. Es el salmo que comienza con un clamor angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Un salmo que asociamos con las lecturas de la Pasión y cuyos versos más conocidos son el retrato de un hombre desesperado, acosado, que suplica auxilio a Dios.

Pero el poema termina con estrofas luminosas y exultantes, que son las que leemos hoy. Termina con una promesa que el poeta narra en presente, como algo que se está cumpliendo.

Dios, finalmente, restablecerá la justicia. Ante el hombre humilde, que se postra ante él, Dios hará resplandecer su bondad y lo bendecirá con toda clase de bienes. Hay en este salmo una fe profunda en la justicia divina y en su victoria sobre el mal. Y, al mismo tiempo, hay una condición: el fiel debe cumplir sus votos. El hombre encontrará a Dios si antes lo busca con sinceridad. Se hace necesaria la humildad, reconocerse carente, desvalido, pobre. Hay un vaciamiento interior previo antes de poder llenarse de Dios. Es preciso morir antes de resucitar.

El salmo también describe una visión utópica, en la que todo el mundo alaba y rinde homenaje a Dios. Todo el mundo lo busca y ante él se postrarán las naciones. Dios reinará en el mundo de los vivos, pero también en el de los muertos: “Ante él se postrarán las cenizas de la tumba”. Esta frase es impresionante. Está anunciando que Dios, el viviente, el Señor de los vivos, no solo dominará el mundo físico, sino también la misma muerte. Está preludiando la resurrección y otra vida, eterna e imperecedera.

Nuestro mundo, ciertamente, busca a Dios. A veces esa búsqueda tiene otros nombres: afán de plenitud, de eternidad, de felicidad, de belleza… La humanidad está sedienta de trascendencia y la busca por mil caminos. El salmo afirma que quien busca y encuentra a Dios, será saciado de todas sus hambres. “Me hará vivir para él”, “vivirá su corazón por siempre”. La fe en Dios va acompañada, siempre, de la vida. Y no una vida cualquiera, sino “para siempre”. Una vida plena, que colma los anhelos más íntimos del ser humano.

19 de abril de 2024

La piedra desechada


Salmo 117


La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.

Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo la hecho, ha sido un milagro patente.

Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor. Tu eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.


La creencia en un Dios fundamentalmente bueno es un pilar de la fe de Israel. Y Jesús, que creció y bebió de esa fe, sabía en lo más hondo de su ser que esto era verdad. El mundo rueda, agitado por los avatares de la historia. La humanidad despliega su drama de glorias y oscuridades, siempre fluctuando entre la nobleza y la miseria. Pero en medio de ese mar agitado hay una roca firme y luminosa, un sostén que nunca falla, un amor sin condiciones, sin límites, sin vacilación. Un amor que todo lo sostiene porque todo lo ha hecho posible.

Dios como Señor de la historia se convierte también en el eterno apoyo y consuelo del ser humano. «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres». Esta frase, que refleja una natural desconfianza, es cruda y realista: ¡los humanos somos tan poco de fiar! Pero, aún y así, Dios nos brinda su confianza. Se fía de nosotros, y quizás va a fijarse en los que aparentan mayor debilidad. Esa piedra que han desechado los constructores, ¿no serán todos los rechazados, los humildes, los que pasan por la vida sin pisar fuerte, discretos y con serenidad, sin arrogancia ni pretensiones?

Es justamente en ellos en quienes se fija Dios. ¿A quién elige para ser sus voceros, sus portadores de la buena noticia? No busca a reyes ni a héroes. Busca a seres humanos, tan humanos y falibles como los discípulos de Cristo. Tan humanos y cargados de defectos como nosotros, hoy.

¿Sabremos escuchar su voz? ¿Sabremos oír su llamada a ser piedras vivas de su Iglesia? ¿Sabremos ver, por encima de nuestras limitaciones, su inmenso amor, su comprensión y la fuerza que nos da? ¿Tendremos el coraje de reconocer nuestra pequeñez y, a la vez, la valentía de dejar que la obra de Dios florezca en nuestras manos? Somos tierra limpia, humilde, húmeda y abierta… la semilla está sembrada, y lleva en sí toda la potencia del cielo. Nosotros tan solo tenemos que alimentarla con nuestro amor y dejarla crecer.

12 de abril de 2024

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro


Salmo 4


Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.

Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración.

Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»

En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.


Este salmo es una preciosa oración para abrir el espíritu y dejar que la paz, la paz de Dios, la única que es auténtica, nos vaya invadiendo, poco a poco, y calme nuestras tormentas interiores.

El salmo habla de sentimientos y situaciones muy humanas: ese aprieto, que atenaza nuestro corazón cuando estamos en dificultades o sufrimos carencias; esa falta de luz, cuando parece que Dios está ausente y el mundo se nos cae encima. Los problemas nos abruman y podemos tener la sensación, muy a menudo, de que vivimos abandonados y aplastados bajo un peso enorme.

Dios da anchura, Dios alivia, Dios arroja luz al final del túnel. Dios calma las angustias y da paz. En la última cena, Jesús dice a los suyos que su paz no es como la de este mundo. ¿De qué paz estamos hablando?

Muchas veces buscamos la paz en cosas externas: en la seguridad económica, en una compañía que nos llena emocionalmente, en el bienestar, en la salud, en rodearnos de un ambiente favorable y positivo. O bien ensayamos prácticas físicas y mentales que nos lleven a la serenidad. Todo esto nos puede aportar alivio momentáneo, o una sensación placentera temporal. Pero la paz auténtica no vendrá de ahí. En el momento en que falle alguno de esos factores que nos da tranquilidad, ¿a dónde se fue la paz? Volverán la zozobra, la inquietud y la guerra interna.

La raíz de la paz está en Dios. Un Dios que, como dice el salmo, es «defensor mío». Lejos de la imagen del Dios justiciero, inquisidor, aquí encontramos a un Dios amante, bueno, consolador. El Dios a quien Jesús llamó, confiadamente, papá. Este Dios, que es amor incondicional e imperecedero, es la verdadera fuente de la paz. Quien se sabe amado sin medida y sin condiciones, siempre, tiene en su alma una roca sólida sobre la que construir toda una vida. Su alma, habitada por Dios, se convierte en santuario, en refugio, en ermita donde puede recogerse cada día, siempre que lo necesite, para encontrar la anhelada paz.

5 de abril de 2024

Este es el día en que actuó el Señor


Salmo 117


Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. ¡Aleluya, Aleluya!
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Resulta asombroso ver cómo los salmos y las escrituras hebreas, aún escritas siglos antes de Cristo, parecen aludir directamente a su vida y a sus obras. Y es porque toda escritura viva, inspirada en una experiencia mística y religiosa, acaba siendo símbolo de vivencias universales que toda persona puede reconocer en su propia historia.

Este es el día en que actuó el Señor. El Dios de Jesús, nuestro Dios, no es un ser omnipotente alejado de la humanidad. No se limita a crear el mundo, no lo deja abandonado a su suerte: actúa, y actúa a favor de los hombres. Tiene la iniciativa, y es una iniciativa movida por su misericordia.

Misericordia es una palabra que vale la pena comprender. En su significado original, es la capacidad de conmoverse hasta las entrañas, con ese afecto profundo que sienten las madres por sus hijos. Dios se conmueve y, derrochando amor, actúa a favor nuestro.

Muchas personas asocian la idea de Dios a poder, a fuerza, a dominio, a creación. Pero los salmos, como el mismo Jesús, nos revelan un Dios que, por encima de todo, es amor y es Vida. Dios ama nuestra vida y la quiere plena, hermosa, intensa, llena de sentido. Quien se abre a su acción, recibe este regalo.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Se han hecho muchas interpretaciones de esta frase. Para muchos, expresa la preferencia de Dios por los pequeños, por los humildes, por los pobres de espíritu que son capaces de comprender y aceptar su amor. También se ha leído como símbolo de Pedro y los apóstoles: hombres sencillos y comunes, con defectos y pecados, son elegidos para fundar la Iglesia.

Existe aún otra lectura: esa piedra desechada es el mismo Cristo, rechazado por su pueblo, condenado a muerte, crucificado. Como simple personaje histórico, Jesús estaba condenado al olvido. Pero no fue así. Tras la resurrección, su presencia traspasa el mundo, su rostro será amado y su nombre jamás será olvidado.

Esta frase explica también el designio y el modo de hacer de Dios: el mundo rechaza a los profetas. Los poderosos condenan al hombre justo. El mal quiere enseñorearse de las gentes. Dios responde. El justo, condenado y muerto, resucita y funda una comunidad llamada a crecer y a desafiar al tiempo.

Como destaca el Papa emérito, Benedicto XVI, en su segundo libro sobre Jesús, la resurrección fue quizás una pequeña semilla, sembrada en el corazón de una comunidad insignificante. Pero el Reino de los cielos comienza así, como el grano de mostaza, diminuto y enterrado, que de pronto germina y hace brotar una planta hermosa que crece hasta convertirse en árbol. En lo pequeño está la grandeza. El que se humilla, será enaltecido. El pobre será rico y heredero de un reino. Estas son las paradojas de este reino, que ya se anuncia en las bienaventuranzas y que comienza a florecer al pie de la cruz.

Dios actúa en nuestra historia, y este es un mensaje que debemos guardar en el corazón. Cuando Él entra en el mundo, toda la realidad se transforma. Pero Dios no actúa como lo hacemos las personas, tan amigas de juzgar, condenar y segar cizaña. A merced del poder humano, el mundo parece que va a la deriva y prevalecen el mal y la destrucción. El mismo Dios, hecho hombre, aunque podría ejercer su poder, renuncia a él y se deja matar antes que profesar el más mínimo odio y la menor violencia hacia nadie. Muere, sí. Es desechado como inservible. ¡Cuántas veces oímos decir, en ciertos ambientes, que Dios es una invención innecesaria! ¡Cuántas veces Dios es rechazado como piedra inútil en nuestra civilización actual!

Pero en la dinámica de Dios, lo inservible pasa a ser piedra angular y fundamento. El amor auténtico, ¡tan despreciado y rehusado como inútil, impotente e innecesario!, resulta ser más fuerte que la misma muerte. La resurrección, que preludia este salmo, nos muestra cómo la victoria final es del amor.

15 de marzo de 2024

Piedad, oh Dios, hemos pecado


Salmo 50


Misericordia, Señor, hemos pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.

Hablar de pecado hoy está mal visto. Las filosofías ateas lo presentan como un invento moral para reprimir nuestros impulsos más genuinos y controlar nuestras mentes. Sin embargo, el sentimiento de culpa, de haber obrado mal, existe. Y permanece por mucho que se niegue el valor de la moral cristiana.

Toda persona, además de cuerpo y mente, tiene lo que llamamos conciencia. Es el sentido del bien y del mal, común a todas las culturas del mundo. Entre una y otra civilización puede haber valores y criterios diferentes. Pero hay ciertos aspectos en los que todas las culturas y religiones coinciden y están de acuerdo. El bien existe, y el mal también. Pecado es toda actitud deliberada que daña al hombre y sus relaciones, ya sea con los demás, consigo mismo, con el mundo y con Dios. El pecado, fruto perverso de la libertad, hiere la humanidad y mutila el alma. ¿Es innata la conciencia? Si no se desarrolla, queda latente en la persona y es entonces cuando decimos que alguien no tiene escrúpulos. Pero si se educa y se cultiva, con respeto, esta conciencia es la que nos permite andar por la vida con unos principios éticos, favoreciendo una convivencia armoniosa y madurando nuestra humanidad.

David compuso este salmo en un momento de dolor, cuando fue consciente del mal que había causado poseyendo a la mujer de Urías y enviando a éste a morir, al frente de sus tropas. Pasada la ofuscación del deseo, David comprendió el alcance de su pecado y lloró amargamente. Los versos del salmo son palabras de un hombre contrito y apenado, abrumado por el peso de la culpa. Y en ellos vemos un sincero anhelo de luz, de limpieza interior, de perdón.

Notemos que la Biblia identifica con frecuencia el perdón con la salvación. También actuaba así Jesús cuando curaba a los enfermos. El perdón es liberación, es hacer borrón y cuenta nueva, ¡y nadie como Dios para olvidar y animarnos a empezar de nuevo! El perdón es también fuerza espiritual. Vemos que David pide un espíritu firme, santo, renovado. El pecado muchas veces es consecuencia de un alma débil, frágil y víctima de mil tentaciones. Por eso, en la oración, bueno es pedir a Dios que nos dé vigor espiritual para vencerlas. En esta Cuaresma, leer su palabra es alimento que nos puede ayudar en esta lucha.

Finalmente, el perdón trae alegría. "Devuélveme la alegría de tu salvación", dice David. Saberse amado y perdonado por Dios no sólo nos sana por dentro, sino que nos llena de alborozo. Tanto, que nos impulsa a elevar un cántico de alabanza. De la pena por la culpa, los versos del salmo nos llevan a la alegría del perdón y la reconciliación con el Amor que nos sostiene siempre.

El Señor es mi alabanza en la asamblea